Actualmente, la medición y desarrollo de la capacidad de liderazgo es un tema que está de moda entre los altos ejecutivos de las empleas a nivel mundial, ya que desde hace un par de décadas, se ha comprobado que contar con líderes que mantengan a sus colaboradores motivados y orientados al resultado, puede marcar la diferencia en términos de crecimiento, rentabilidad y liquidez para el negocio.

A través de las de Recursos Humanos, empresas de todos los sectores han invertido esfuerzos en diagnosticar y desarrollar el liderazgo de sus directivos.

Con lo anterior, han surgido diversas teorías que han abordado el estudio de liderazgo dentro de las organizaciones, buscando, por una parte, comprender las conductas de los ejecutivos y las formas en que éstos generan condiciones de motivación e influencia en sus colaboradores y, por otra parte, establecer mecanismos de entrenamiento y desarrollo de capacidades para mejorar estos estilos de liderazgo.

Considero que la mejor definición de liderazgo es aquella que considera que el liderazgo invariablemente debe conducir hacia una cultura de convergencia cuyo resultado sea un alto compromiso de los trabajadores, así como la existencia de lazos afectivos y emocionales positivos entre los líderes y sus colaboradores, que a su vez aseguran la conformación de ambientes laborales saludables y como consecuencia, el mejoramiento de la eficacia organizacional.

En este contexto el papel del líder es fundamental, al ser el elemento que activa el desarrollo de esos ambientes, ya que el impacto del liderazgo en las reacciones emocionales y psicológicas de los colaboradores y líderes en la organización, a través de técnicas como las de estímulo intelectual, reconocimiento individual, motivación e inspiración y carisma, producen mejoras en el desempeño laboral y personal de los colaboradores, mismos que a su vez, adquieren la capacidad de adaptarse a diferentes entornos organizacionales y contextos para maximizar eficacia y efectividad de la organización.